Esa visión caótica de Nápoles que directores de cine como Vittorio de Sica o Paolo Sorrentino han perpetuado, asentada en calles estrechas con infinitas hileras de ropa tendida y ruidosas motos, parece disiparse al surcar el tranquilo barrio de Chiaia, que se expande por el puerto hasta la zona de Posillipo. Construido en altura bajo las colinas de Vomero que corona el castillo de San Telmo, esta zona dulcifica el rostro napolitano con sus mansiones de estilo liberty, el parque afrancesado de la Villa Comunale y calles con anticuarios y osterias con siglos a sus espaldas. Un respiro del bullicio constante del centro de Nápoles en el que descubrir al caer el sol las mil versiones del aperitivo all’Italiana, tanto en su paseo marítimo como en la animada vía de Vico Belledonne.
9.00 Tomar café al estilo de la Vieja Europa
Los vecinos de Chiaia se jactan de tener el mejor espresso de la ciudad, algo muy codiciado en Italia por la tradición del tueste que practican desde hace siglos. Su aroma perfuma las piazzas desde primera hora de la mañana y ameniza la vida social de los napolitanos. A la entrada de Chiaia, en un lateral de la plaza del Plebiscito, aguarda el Gran Caffè Gambrinus (Via Chiaia, 1) (1). Cuesta poco imaginar las charlas de humo y versos que se gestaron hace décadas en su salón literario desde que abrió en 1860. Intelectuales como Oscar Wilde o Jean Paul Sartre formaron parte de su fiel clientela, y fue parada recurrente en la ruta lúdica de Ernest Hemingway a su paso por Nápoles. Ese rostro burgués tan de la Vieja Europa se mantiene latente en sus techos art nouveau y suelos de mármol junto a cuadros de impresionistas locales. Pero volvamos al café. Aquí se puede disfrutar del clásico napolitano servido con mucha espuma de azúcar y acompañado de dulces caseros como el babá, el borracho de ron de origen polaco que los lugareños han adoptado como propio.
Otros cafés históricos son el Gran Caffè La Caffettiera (Piazza dei Martiri, 26) (2) y el Gran Caffè Cimmino (Via Gaetano Filangieri, 13) (3). Este último es el favorito de las familias ‘bien’ de la zona, que acuden los domingos para compartir un desayuno napolitano —a base de café y cruasán— antes de dar un paseo por el puerto.
10.00 El acuario más antiguo del mundo
Riviera di Chiaia es ese paseo que atrae el sol y parece descongestionar las calles angostas y concurridas que dominan el centro de la ciudad. El entramado que forma junto a la Via Francesco Caracciolose conoce como Villa Comunale (4), un jardín afrancesado creado por Carlo Vanvitelli a finales del siglo XVIII. Las esculturas neoclásicas y fuentes decimonónicas que aún permanecen en pie dan cuenta del brillo que gozó en el pasado, trastocado por los estilos de posteriores épocas. Junto a ella se encuentra la Mappatella, una diminuta playa protegida por las rocas donde darse un chapuzón cuando el calor napolitano aprieta.
Si eso de mojarse no le convence, a pocos metros se pueden atisbar las tortugas marinas que habitan el acuario en activo más antiguo del mundo: el Acquario di Napoli. Fue inaugurado en 1874 como parte de la estación zoológica Anton Dohrn, el centro mundial sobre biodiversidad que el naturalista alemán fundó aquí atraído por su abundante vida bajo el mar, y que completa el recién estrenado Museo Darwin Dohrn (DaDoM). Como colofón, el primer gelato del día en la terraza de uno de los pintorescos quioscos que serpentean el parque.
11.30 Adentrarse en las estancias de un noble
Esta riviera también esconde los entresijos de una antigua residencia de la nobleza napolitana. En el número 200 de Riviera di Chiaia se alza la Villa Pignatelli (5), monumental y regia tanto por sus jardines ingleses como por el pórtico de la fachada que parece emular al del panteón de Agripa, y simboliza el fulgor neoclasicista que experimentó Nápoles en el siglo XIX. Concebida como una domus pompeyana, tras la muerte de su primer propietario, el baronet Ferdinand Acton, pasó a manos de la familia de banqueros Rothschild y posteriormente a los Pignatelli, que embellecieron la villa con sus gustos rococós convirtiéndola en lugar de encuentro para la intelectualidad y la aristocracia europea. Ahora, bajo la tutela del Estado italiano, alberga el museo Príncipe Diego Aragona Cortés con la colección privada de muebles y objetos de la familia junto a una muestra de carruajes de la época.
12.30 De iglesia en iglesia
Nápoles es conocida por la pizza, Maradona, el arte urbano de sus calles y también por sus iglesias. Este barrio no iba a ser menos y congrega en su anatomía interesantes muestras de arquitectura eclesiástica. Santa Teresa a Chiaia (6), con su fachada de esculturas barrocas que circunda una escalinata y que ilumina con sus tonos salmón y ocre la Via Vittoria Colonna, o los frescos del siglo XIV que decoran la bóveda de Santa Maria di Piedigrotta (Piazza Piedigrotta, 24) (7) son solo algunas paradas. Un buen consejo es recorrer ese mapa que trazan sus nobles plazas como San Pasquale, dei Martiri o Sannazaro —esta última famosa por una fuente con forma de sirena— y adentrarse por los templos que se encuentran a nuestro paso, en su mayoría abiertos al público y de entrada gratuita.
13.30 Una calle que viaja en el tiempo
Una ciudad con tanta historia y cuna de coleccionistas como la Casa de Farnesio es sinónimo de tesoros antiguos, y no solo entre las paredes de un museo. La última hora de la mañana es un buen momento para recorrer la Via Carlo Poerio, que aglutina entre ilustres residencias y boutiques de moda un listado infinito de anticuarios. El taller familiar Antichità e Restauro Lepre (8), que regenta Raffaele desde hace seis décadas en el número 80 de esta calle, es un referente para el sector y la industria del cine; muchos de los muebles que él mismo restaura han servido de decorado para producciones europeas como Martin Eden (2019). Junto a la galería de arte Nuova Bianchi D’Espinosa (9), especializada en pintura napolitana del siglo XIX, se alza la Libri & Stampa Grimaldi (10), una librería antigua con escalera de caracol y lámpara de araña incluida que atrapa a ávidos lectores entre ediciones originales, grabados y las elegantes publicaciones que ellos editan. Vintage (Via Carlo Poerio, 92) (11), con ropa y accesorios de segunda mano, o Zompetti (12), de cerámicas y lámparas artesanales, redondean este viaje a los antiguos oficios que culmina con una birra en el cóctel-bar Flanagan’s (13), decorado con guiños al pasado.
14.00 Al calor de una ‘osteria’
Los napolitanos se toman lo de comer bien muy a pecho en cualquier momento del día. La hora del almuerzo es sagrada y se dilata en el tiempo con un antipasti, dos platos principales y postres caseros. Una tradición que cultivan acogedoras osterias como Da Tonino (Via Santa Teresa a Chiaia, 47) (14). Esta taberna cuelga desde 1880 en su puerta un menú diario escrito a mano, con platos de pasta y guisos locales que han sentado a la misma mesa a trabajadores con celebridades como el tenor Caruso, el Nobel Dario Fo o el duque Amadeo de Saboya. En el número 33 de la misma calle, Manfredi (15) sube la apuesta con su horno de pizza y platos de marisco. Si escatima el tiempo, vaya al grano y pida junto a una frasca de vino de la casa la pizza manfredi, al estilo napolitano con el borde relleno de ricota.
16.00 Arte moderno dentro de un ‘palazzo’
A pesar del patrimonio histórico de incalculable valor que contiene Nápoles, la vanguardia también ha sabido encontrar su lugar. La aparición en escena del museo de arte contemporáneo MADRE o la intervención de las estaciones de metro que realizaron artistas como Oscar Tusquets dan prueba de cómo la ciudad se antoja vigente con los tiempos. Desde 2005, el palacio Roccella, del siglo XVIII, es la sede de PAN, como popularmente se conoce al centro de cultura Palazzo delle Arti Napoli (Via dei Mille, 60) (16), que aglutina muestras y charlas en torno a disciplinas modernas. La impronta que el artista estadounidense Keith Haring dejó en su paso por la ciudad y que integra su arte urbano, ese ADN tan napolitano como sus palacios decadentes o las ruinas bajo tierra, ha sido la última en sumarse.
17.30 Un recuerdo artesanal
Chiaia es el lugar donde aprovisionarse de recuerdos y antojos gourmet más allá del típico souvenir. Desde los años veinte, la fábrica de Gay-Odin (17) exporta a toda Italia sus chocolates de autor cuidadosamente servidos en cajas con bucólicos paisajes. Se pueden adquirir en su tienda (Via Vittoria Collona, 15) junto a otros golosos tesoros como helados o el liquore al cioccolato. Si aún quedan ganas de azúcar, una visita al cercano horno casi centenario de Panificio Moccia (Via S. Pasquale, 21) (18) servirá para ponerse al día con la repostería local, con imprescindibles como el delicado hojaldre del sfogliatelle ricce e frolle o la zeppola di San Giuseppe con mucha crema y confitura. No muy lejos, y al margen de las calles principales, se desliza la Passeggiata Colonna, que desemboca en la Piazza Amedeo, donde arranca el viejo funicular. Este pasadizo comercial contiene boutiques de artesanos y marcas independientes como (Ri)Mani y SibùShop & Gaia (joyas y accesorios), 12inch (discos de vinilo) o Winè, una pequeña bodega con vinos y quesos para llevar o disfrutar en su terraza.
18.30 La puesta de sol más deseada
Aquí, la búsqueda del atardecer perfecto invita a tomar la ciudad con cierta distancia, bien en lo alto desde el castillo de San Telmo o al nivel del mar, para dibujar con la mirada la línea del golfo que define Sorrento con las islas de Procida, Ischia y Capri. El ascenso al Castel dell’Ovo (19), la fortificación más antigua de Nápoles, permite acaparar el skyline histórico de la ciudad frente al volcán Vesubio y hasta el distinguido barrio de Posillipo. Este castillo que funcionó como cárcel y residencia real se erigió en el siglo XII sobre el islote de Megaride, unido posteriormente a la península junto al pintoresco puerto de Santa Lucía, con su lonja aún en activo y el trasiego de marineros con tatuajes. Si continuamos por Via Partenope encontraremos en las terrazas que animan el paseo marítimo la excusa para tomar el primer spritz de la tarde frente al mar.
20.00 La hora sagrada del aperitivo
Esa sana costumbre del aperitivo all’Italiana, formulado con una bebida casi siempre alcohólica para estimular el apetito nocturno, es sagrada en Chiaia. Siempre acompañada de generosas raciones de embutidos, quesos y ensaladas. Las rondas de negroni y vinos se suceden por las calles estrechas conocidas como baretti que derivan en la bahía. Frecuentadas coctelerías como L’Antiquario (Via Vannella Gaetani, 2) son casi como una segunda casa para los napolitanos acomodados. La cara más terrenal se concentra en la calle Vico Belledonne. Tabernas como Enoteca Belledonne (20) abarrotan la calle con los grupos de gente que se forman entorno a sus barras exteriores para catar sus vinos locales. Al final de la vía está Barril (Giuseppe Fiorelli, 11) (21), uno de los lugares favoritos para los que prefieran maridar este tentempié con un cóctel.
21.00 Hay vida más allá de la pizza
Por muy apetecible que resulte la dieta napolitana a base de pizza y pasta, menos exportado, pero no por ello menos apetitoso, el pescado es un plato histórico en la cocina local, capturado directamente en aguas napolitanas. Sin salir de Vico Belledonne, en el número 27, Pescheria Mattiucci (22) es el ejemplo de un tipo de negocio muy recurrente los últimos años. En esta legendaria pescadería, regentada en los años cuarenta por Salvatore Mattiucci y ahora reconvertida en fish boutique por su hijo Luigi, se cena el género fresco que pescan cada mañana entre crudos y modernas recetas, notas de jazz y botellas de bianco que animan a compartir la charla.
23.00 La última panorámica de la ciudad
La noche cerrada trae sobre el golfo de Nápoles un manto de luces que dibujan su autonomía. Bien merece divisarlo desde alguna de las terrazas que coronan sus distinguidos hoteles. Tras una intensa reforma a manos del estudio Gnosis Progetti, el lujoso The Britannique Naples (23) se modernizó y recuperó ese esplendor que vivió el edificio neorrenacentista de finales del siglo XIX, rodeado de residencias de estilo liberty y bajo el refinado barrio de Vomero. El arte contemporáneo es el hilo conductor de este alojamiento concebido casi a modo de galería, con una colección nutrida de pinturas, fotografías e instalaciones de artistas locales. En lo alto, junto a una pequeña piscina y la terraza, se ubica el Niq Bar, ese lugar en el que despedirse de Chiaia o bien tomar la sabia decisión de dilatar la estancia y despertarse a la mañana siguiente con la panorámica que ofrecen sus habitaciones de muros acristalados.
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