Una colección de cojines de lana Livingstones (producidos por Smarin) diseñados por la francesa Stephanie Marin amuebla el salón de la casa.
Esta es una casa colectiva, un espacio doméstico donde también se puede trabajar. Está pensado como lugar para vivir y teletrabajar cerca de la naturaleza. Y diseñado para un uso cambiante. Su dueña, la arquitecta Anna Truyol, pasó los veranos de su infancia en Menorca. Relacionaba el lugar con la tranquilidad. Y quiso trasladar esa idea al edificio. Fue su socia, Emma Martí, quien la convenció para que ese descanso fuera también visual. Juntas decidieron aprovechar la arquitectura popular mediterránea centenaria y añadirle un interior japonés, desnudo pero cómodo. Eso es este proyecto. En Sant Lluís, en el extremo suroriental de la isla, las arquitectas limpiaron el edifico de las sucesivas intervenciones que había sufrido y lo dejaron con su forma original. Lo desnudaron, deshaciendo tabiques, y pintaron la piedra local de marés, con sus imperfecciones, de blanco. Hoy la planta baja es una cocina con salida al patio. Las mesas se pueden unir o separar. Y hay una pizarra-pared para pensar, jugar o planificar. En la planta superior, el estudio Archimboldi que lidera Truyol ideó cubos-dormitorio fabricados con pino de Flandes. Los amuebló con futones de algodón y los cerró, como alcobas, con cortinas de lino. En el exterior, la piscina conforma un microclima con comedor y zona de estar construida con bancos corridos y pino de Flandes tratado para resistir la intemperie. El resultado es una vivienda sencilla, serena, actual y atemporal a la vez.