En España, un tercio de la población confiesa que no le gustan las fiestas navideñas, en la mayoría de los casos por la nostalgia que les producen las ausencias de los seres queridos. El síndrome de la silla vacía es un conjunto de sensaciones en las que caben la tristeza y el dolor al sentir que nos falta alguien (puede haber fallecido o no) y lo echamos de menos.
Buenaventura del Charco Olea, psicólogo y autor del libro ‘Te estás jodiendo la vida’, nos pone en situación de lo que significa este síndrome tan habitual en estas fechas. “En Navidad hay un imperativo social, por el que tenemos que estar contentos y disfrutar de las reuniones familiares sí o sí. Con una imagen idealizada como escenario, se hacen más patentes nuestras miserias personales”.
Otra profesional consultada por este diario, la psicóloga Lara Ferreiro, autora del libro ‘Adicta a un gilipollas’, ahonda en esta idea: “En otro momento del año, con tu vida normal, puede que no tengas tan presente esta ausencia. Pero en Navidad es inevitable que aflore la nostalgia, alimentada por la presión social“. A continuación y con su ayuda, vamos a aprender a afrontar estas fiestas cuidando nuestra salud mental.
Diciembre, el mes de mayor consumo de psicofármacos
Como nos explican los dos profesionales consultados, en diciembre se multiplican por tres las demandas de terapia en consulta, además de ser el mes de mayor consumo de psicofármacos de todo el año, con diferencia.
En estas fechas, “se evidencia la pareja que se rompió, los niños que no están por el divorcio y que le tocan ‘al otro’, la muerte del ausente o los que están, pero con los que las cosas no fluyen y todo es forzado. En cuanto a la economía, se hacen comparaciones y aparece la frustración por no llegar en muchos casos a los estándares deseables”, explica Buenaventura.
Pero el problema no es la Navidad en sí misma, “sino todo lo que se hace explícito, a partir del imperativo de felicidad y amor ficticios. Si no cumplimos las expectativas, que es lo más habitual, queda una sensación de culpabilidad, vergüenza o fracaso por no estar haciéndolo bien. Entonces llegan la vulnerabilidad y la impotencia”, comenta el psicólogo a este diario.
¿A quiénes afecta más este síndrome?
Según datos de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria, una de cada seis personas que ha perdido un familiar, al cabo del año, va a desarrollar una depresión si no gestiona bien el duelo y no libera las emociones.
Como explica la psicóloga Lara Ferreiro, “están más expuestos a padecerlo las personas que viven las emociones de una manera más intensa, o aquéllos que han sufrido una pérdida de manera traumática y brusca, sin haber podido despedirse y sin transitar el duelo”.
El síndrome de la silla vacía “es más frecuente en mujeres que en hombres, aunque todo estará en función del tipo de relación que tenías con esa persona ausente, tu personalidad, y cuánto tiempo haya pasado. Si se superan ya los 6 meses de la ausencia, sea cual sea, y sigues llorando como el primer día, no duermes bien, no comes y todo es disfuncional, ha llegado el momento de pedir ayuda profesional”.
Como afrontar la Navidad cuidando nuestra salud mental
Como nos comparte el psicólogo Buenaventura del Charco Olea, “mi recomendación es que nos permitamos ser honestos, que no forcemos una felicidad o un amor que no son reales, y que nos liberemos de ese mandato de que hay que hacer ‘lo que toca’. Hagamos lo que nos pida el cuerpo. Quizá ese espíritu navideño generalizado, con lo que lleva consigo de comprensión, empatía y compasión, deba ser también aplicable a uno mismo”.
Y continúa: “El discurso imperante se encarga de señalar estas fechas navideñas como ‘muy significativas e importantes’ y como siempre, cada persona compara su realidad vital en ese momento con aquello que le ‘impone’ o le marca la sociedad en la que vive. El resultado muchas veces es hiriente, doloroso, pues hace evidenciar los problemas que nos hacen sufrir“.
Lara Ferreiro nos da sus claves para afrontar estas fiestas conservando nuestra salud mental: “Hay que soltar las emociones. Es como un tapón, y si no las liberas se atascan. Es fundamental que si no hemos llorado esa ausencia la lloremos sin vergüenza, porque todo lo que no gestionamos a tiempo, tarde o temprano va a salir”.
Básico también es “no culpabilizarnos, ni sentirnos débiles por esa pena. La tristeza debe fluir, y es bueno desahogarse con nuestro círculo de apoyo para mantener la salud mental en su sitio, honrar la memoria de quien no está como nos apetezca hacerlo, charlar… y si lo que nos pide el cuerpo es aislarnos, pues hacerlo, porque todo lleva su tiempo”.
El alcohol, un mal compañero de fatigas
Lara incide en un círculo vicioso que se va formando durante las celebraciones. Me siento triste, consumo alcohol, y esta circunstancia hace que aún me sienta peor y que me encierre en mí mismo y en mi pena. “La Navidad es como un recordatorio anual de todos los traumas familiares, y todos se sirven a la vez en la mesa”.
“Si estás atravesando este síndrome, en pleno duelo, minimiza el consumo de alcohol, porque va a ser más fácil que te enganches cuando estás más bajo de ánimo. La siguiente fase será la depresión, que empeora con el hábito del alcohol. Lo mismo sucede con los antidepresivos y los ansiolíticos, que multiplican su consumo en estas fechas”.
No es buena idea ‘anestesiar’ los sentimientos dolorosos: “Hay que liberarlos, sabiendo que se trata de un proceso natural por el que debemos transitar. Podemos hacer actividades que nos ayuden a sobrellevar ese dolor, pero nunca enmascararlo. Si sentimos que, a pesar de todo, no ‘levantamos cabeza’, siempre podemos buscar ayuda profesional”, concluye.