“Pues me voy a comprar uno de estos, que hoy me toca estudiar”, se escucha en la puerta de un instituto de Madrid. Varios jóvenes de un grupo sostienen latas de medio litro con colores estridentes. Cada una de una marca. En el bazar donde lo han adquirido hay hasta tres baldas completas y una nevera dedicadas en exclusiva a ellas: las bebidas energéticas.
En España, según la última encuesta de ESTUDES publicada por el Ministerio de Sanidad, en 2023, el 47,7% de los jóvenes de entre 14 y 18 años han consumido bebidas energéticas en el último mes. En consecuencia, la última respuesta del gobierno ha sido apostar por su prohibición en los centros escolares.
La semana pasada se anunciaba desde el Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 la intención de limitar aún más el consumo de este tipo de bebidas refrescantes entre los jóvenes por su alto contenido en cafeína, de 32 miligramos por cada 100 mililitros. Se trata de una cantidad por encima de lo establecido por el gobierno de no superar los 15 miligramos (mg) de cafeína por 100 mililitros (ml).
El anuncio llegó tras un análisis jurídico preliminar, que determinó que el Estado también podría intervenir a través de la legislación, como ha sucedido en otras ocasiones. Las primeras propuestas de regulación se remontan a 2020, cuando ya empezaron a utilizarse mensajes para limitar el consumo de bebidas energéticas en campañas de redes sociales orientadas a los jóvenes.
“Estas bebidas no venden un producto, sino un estilo de vida: vitalidad y energía”, asegura Julio Alard Director Académico de la Escuela de Formación Profesional Superior de ESIC y doctor en Economía de Empresa. El experto señala “el ritmo de vida y el estrés” como factores determinantes a la hora de acercarse a este tipo de productos, además de la “falta de percepción de riesgo” que hay en su consumo. Para Alard, el estilo de vida actual fomenta la demanda de estas sustancias.
A estos factores ambientales se unen la regularización alimentaria y un precio asequible, lo que suscita en los jóvenes un interés por esta alternativa para mejorar sus capacidades. La realidad, sin embargo, es muy distinta, como explica el experto y docente en nutrición, Moíses Garrido: “La cafeína no tiene los mismos beneficios que el café”.
Estos “atajos” son perjudiciales para la salud de los jóvenes al producir un “subidón por encima de las respuestas naturales fisiológicas”, además de su vinculación al consumo de alcohol. Según los últimos datos de ESTUDES, en España, más del 16% de los jóvenes mezclan estas bebidas con alcohol.
“La cafeína no tiene los mismos beneficios que el café”
Desde 2014, las etiquetas de estos productos deben incluir la indicación “contenido elevado de cafeína. No recomendado para niños, mujeres embarazadas o en periodo de lactancia”, seguido entre paréntesis por la cantidad de cafeína que contiene en miligramos por 100 ml. Estas normas forman parte del Derecho europeo armonizado y se aplican directamente en todos los estados miembros de la UE.
Sin embargo, no existe una regulación específica para la producción y venta de este producto. La única limitación es el código de buenas prácticas para la comercialización y etiquetado de las bebidas energéticas elaborado por la plataforma Energy Drinks Europe, formada por las propias empresas que las fabrican. Este reglamento sin efecto legal cuenta con algunos compromisos voluntarios como el de no dirigirse a los niños como público objetivo en su publicidad.
Europa limita, pero no regula
Ahora bien, algunos estados miembro cuentan con disposiciones específicas en su legislación nacional como el Codex Alimentarius Austriacus en Austria, normativa alimentaria para normalizar su composición.
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El país que trajo y dio a luz a la famosa marca líder del mercado, Red Bull, cuenta con un marco legislativo ante la publicidad en pro de la protección de menores. Según el último estudio nacional de HBSC, en 2022, el 8% de la población de entre 11 y 17 años consumieron al menos una bebida al día.
La Comisión Nacional de Nutrición adoptó el “Perfil nutricional austriaco para la orientación de la publicidad de alimentos dirigidos a niños en los medios audiovisuales”. Esto unido a la identificación de “efectos negativos y poco saludables para los jóvenes” terminó con la prohibición de su publicidad.
El debate está activo en otros puntos de la UE como en República Checa, donde hay unos 200 tipos de bebidas con cafeína y energéticas en el mercado, etiquetadas como no aptas para niños y mujeres lactantes por ley, pero sin restricciones a su venta.
La diputada Olga Richterová, del partido liberal Pirates, declaró que “igual que la sociedad ha acordado que los cigarrillos no deben estar en manos de los niños, lo mismo debería aplicarse a las bebidas energéticas”, liderando la presión parlamentaria para que se limite su venta a niños y jóvenes.
Mientras, la Oficina Estatal de Sanidad ha declarado que estas bebidas son perjudiciales para los jóvenes y pueden conducir a la adopción de otros comportamientos negativos, como el consumo de alcohol. Todas estas medidas están pendientes de debate y dichas propuestas de los diputados se someterán a una “votación clave” el año que viene.
Por su parte, Hungría empieza a debatir la prohibición de venta a menores de 18 en todos los comercios minoristas y estancos, similar al tratamiento de la restricción en bebidas alcohólicas. Una prohibición que ya llevaron a cabo Polonia, Lituania y Letonia en 2014 y 2016.
Bulgaria y los sniffs
En otros países de Europa, la obsesión por los energizantes va más allá. Según los últimos datos nacionales, el 10,8% de los jóvenes búlgaros de entre 14 y 18 años consumen bebidas energéticas de forma diaria, y el 21% varias veces a la semana.
“El consumo excesivo en niños suele tener consecuencias para los sistemas cardiovascular y nervioso. En particular, afecta negativamente al estado de ánimo y a la regulación del sueño. El equilibrio hormonal en relación con las glándulas suprarrenales y las hormonas sexuales empeora, también aumenta el riesgo de aparición de trastornos metabólicos, incluida la resistencia a la insulina, el sobrepeso y la obesidad”, confirma la Profesora y Doctora Darina Naydenova, especialista en nutrición y dietética.
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Pero el debate en este país ha estado centrado en una nueva variante de consumo. Los sniffs son un producto que permite inhalar cafeína en polvo, en lugar de tomarla en formato de bebida. Así, se facilita que entre más rápido en el torrente sanguíneo y produzca efectos más inmediatos en comparación con el consumo oral.
Esta tendencia también ha llegado a nuestro país en los últimos meses y es cada vez más popular. Se trata de un producto tan nuevo que ahora mismo no existe una regulación específica.
En el caso de Bulgaria, la intervención en el debate político llegó cuando una famosa cantante del país, Diona, se convirtió en la cara publicitaria de la cafeína esnifada, presentándola como “alternativa” a las bebidas energéticas, según cuenta el medio bulgaro Mediapool.bg. Ante el anuncio, el Ministerio de Sanidad y la Comisión de Protección de los Consumidores iniciaron inspecciones en las tiendas e impusieron su prohibición total, así como la retirada de las cantidades disponibles de la red comercial.
Normalizar sin concienciar
“El problema es la descontextualización de los alimentos”, asegura Moisés Garrido. Cuando se habla de los efectos negativos de la exposición a la cafeína, la taurina o el ginseng se debe a la “sinergia” que generan. La interacción entre estos elementos energizantes y afrodisíacos es lo que genera ese choque que crea en el cuerpo de quien la ingiere una sensación de “eliminación de fatiga”.
Su consumo se ha empezado a generalizar en épocas de exámenes o en las noches de fiesta. Además, la integración en el deporte como estimulante o ante la posible mejora del rendimiento crean una “sensación de normalización”. Cada vez es más usual que en una rutina en TikTok, la persona empiece con una bebida en la mano. Esto genera un reflejo de identificación que Julio Alard identifica como “más dañino” para el consumidor.
Según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, el consumo de más de 60 miligramos de cafeína en adolescentes de 11 a 17 años (unos 200 mililitros de bebida energética con 32 mg de cafeína/100ml) puede provocar alteraciones del sueño.
Ante estos riesgos, Alard y Garrido coinciden en que el camino es la concienciación. Apuestan porque las autoridades públicas sean las que alerten de los riesgos de su consumo o que las marcas sean más explícitas, más allá de la información que publiquen en su página web.
Azúcares, activación del sistema nervioso, pérdida de la concentración, alteración del sueño… Todo esto entra en el sorbo que preocupa a una Europa que sigue debatiendo sobre si apostar por su prohibición en menores o no.