Los pediatras de atención especializada perciben ya en sus consultas el inicio de un tsunami de obesidad infantil y en la adolescencia.
Los pediatras están registrando en sus consultas un aumento preocupante de los casos de obesidad infantil y juvenil grave, situación que ya era problemática y que se ha agravado de manera significativa con la pandemia. Los expertos aseguran que no será posible atajar el tsunami de consecuencias derivadas si no se consigue cambiar la actitud de los padres y madres ante esta nueva pandemia, y para ello es clave la implicación de la Pediatría de AP y de la Medicina de Familia.
Así lo ha destacado Gilberto Pérez, del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Gregorio Marañón, y también pediatra de formación, y quien se ha referido a la obesidad infantil como “el tsunami que viene”, según se ha advertido también en el XVII Congreso de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO). “En el momento actual vivimos una pandemia de obesidad infanto-juvenil, que la crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha agravado de forma muy significativa”, ha señalado este especialista.
Las cifras previas a la pandemia eran preocupantes. Sin embargo, se advertía en ellas, al menos, una cierta tendencia a la estabilización, según reflejó el estudio ALADINO 2019. La cuestión es que “todo ha cambiado tras el confinamiento y empeorado significativamente en el último año”, según recalca el coordinador del grupo de trabajo de obesidad infantil y en la adolescencia de la SEEDO, con “un empeoramiento claro en la ganancia ponderal de niños y adolescentes, así como un aumento preocupante de los casos de obesidad grave”.
La prevalencia de sobrepeso, según el estudio ALADINO, era del 23,3% y la de la obesidad del 17,3 % en la población infantil española de 6 a 9 años, según los estándares de situación ponderal de la OMS. Dentro de la obesidad, un 4,2% de los escolares estudiados presentaban obesidad grave. “Estos datos que ya eran malos se han tornado más preocupantes, con un estudio reciente que aporta más cifras para la reflexión y confirma como causas del repunte en las tasas de obesidad infantil y en la adolescencia el mayor tiempo de uso de pantallas y menor tiempo de actividad física, con un 30% de los niños que pasan menos de 1 hora al día aire libre, lo que se traduce en que el 72% aproximadamente realiza menos actividad física que antes de la pandemia”, resalta Pérez, quien añade que “los hábitos de consumo también han cambiado, favoreciendo el ambiente obesógeno”.
Y otro de los datos que este experto considera más preocupante es que la obesidad en el tramo de edad de 12 a 18 años aumenta el riesgo de obesidad en la etapa adulta en un 80%”.
Este fenómeno, que es explosivo por la aceleración en la ganancia de peso durante la pandemia, “se ha agravado tras las medidas restrictivas durante y después del confinamiento, se ha mantenido en el tiempo debido a factores socio-económicos que afectan a las familias y ha servido de catalizador en el empeoramiento del problema de base que ya suponía la obesidad infantil y juvenil”, ha explicado.
El entorno no identifica el problema
Para tratar de corregir esta situación la clave es abordar los factores multidimensionales de la obesidad infantil y juvenil, con la concienciación del entorno familiar como pilar clave que, sin embargo, sigue siendo una asignatura pendiente. “La familia no identifica el problema y así es difícil conseguir resultados positivos; cuando llegan a nuestras consultas y reciben el diagnóstico lo acogen con sorpresa, lo que da idea de los alejados que están de la preocupación que esta situación de salud debiera despertar y además tienden a responsabilizar al niño cuando no debe ser así. Sin un abordaje multifactorial y una implicación real y comprometida de los padres todo está abocado al fracaso”.
El ambiente obesogénico general influye en esta problemática, pero “el factor clave es el entorno familiar”, insiste Gilberto Pérez, quien señala la importancia de conseguir la implicación de los pediatras de Atención Primaria y de los médicos de familia para conseguir una concienciación aún pendiente sobre la importancia de corregir la obesidad y el sobrepeso en ellos mismos y en sus hijos. “El trabajo de prevención en los centros de salud y también en las escuelas es clave para tratar de hacer de la familia el motor del cambio que necesitamos”.
La obesidad infantil y juvenil tiene consecuencias notables en la salud general del niño y el adolescente, con un incremento de los casos de ansiedad y depresión, trastornos de la conducta alimentaria, alteración en la percepción de la propia imagen, más riesgo de apnea del sueño, deformidades en miembros inferiores, alteración de los lípidos y mayor riesgo cardiovascular general y de algunos tumores, así como alteraciones en el desarrollo puberal, al tiempo que se relaciona con más casos de bullying”.
Mejorar la adherencia
No obstante, Pérez insiste en la importancia de trabajar los mensajes que se hagan llegar a los adolescentes desde la positividad, dada la vulnerabilidad psicológica de esta edad. “Es mucho más efectivo recalcarles lo mucho que pueden hacer y conseguir por su salud que lanzarles avisos temerarios y mensajes negativos, críticos y de culpabilización”.
Además de en prevención otro de los aspectos en los que se debe mejorar es en conseguir una mayor adherencia a los tratamientos, una vez diagnosticado el problema, dado que “esta adherencia incluso en las consultas de especializada desciende al 50% a los 6 meses, una vez más por la escasa percepción de la obesidad como la enfermedad grave que es”, explica Gilberto Pérez.
Infrautilización de los fármacos
La Sociedad Española de Obesidad también considera necesario divulgar entre los profesionales el conocimiento sobre la utilidad y la seguridad de los fármacos antiobesidad que pueden ser ya utilizados en el abordaje de la obesidad en adolescentes. “El tratamiento debe ser multidisciplinar, con cambios imprescindibles en los estilos de vida, pero también utilizando el arsenal terapéutico a nuestra disposición y que no está siendo tan utilizado como sería recomendable”, indica este experto.
En este sentido, el endocrinólogo recuerda la reciente aprobación de liraglutida en el tratamiento de la obesidad en adolescentes, “en los que se ha comprobado que mucha más potencia que utilizar solo fármacos o solo dieta y ejercicio se consigue utilizando una combinación de todo el arsenal terapéutico a nuestro servicio”.
Llama la atención este especialista sobre el hecho de que algunos profesionales prefieren esperar en lo que a indicar tratamiento farmacológico antiobesidad en adolescentes se refiere “pero lo cierto es que la realidad nos indica que no podemos demorar más el abordaje de una problemática desoladora, es mejor actuar cuanto antes con todas las herramientas”. Covadonga Díaz