La presencia de unas sustancias en pequeñas cantidades en los alimentos y cuya ingesta era imprescindible para no enfermar fue propuesta por Frederick Hopkins alrededor de 1912. El nombre de vitaminas, aminas vitales, fue propuesto por el bioquímico polaco Kazimierz Funk después de descubrir que la cascarilla del arroz tenía una sustancia (a la que luego llamaríamos vitamina B1) que prevenía el beriberi, patología muy común entre las familias adineradas y marineros japoneses al refinar el arroz. Posteriormente, se descubrió que no todas las vitaminas tenían aminas, pero el nombre en español no se modificó. A partir de este momento surgió un intenso esfuerzo investigador por describir y sintetizar este nuevo grupo de sustancias y entre 1920 y 1940, se logró hacerlo.
Así pues, desde el momento de su descubrimiento y caracterización se ha tenido clara la relevancia de estas moléculas esenciales para la vida, al menos en su justa medida. Ya que en el ámbito de la salud y la alimentación pocas veces podemos afirmar tajantemente que cuanto más mejor, hasta un exceso de agua puede ser mortal. Así pues, la mayoría de vitaminas tienen unas ingestas máximas tolerables, por encima de las cuales pueden tener efectos perjudiciales para la salud. Sin embargo, mucha gente cree que consumiendo más vitaminas puede mejorar su salud, ya sea porque creen que no consumen suficientes a través de su alimentación o porque a nivel divulgativo muchas veces se ha promocionado su consumo.
El mercado de la suplementación mueve ingentes cantidades de dinero, solo en Estados Unidos ha supuesto en 2022 un volumen de más de 43.000 millones de euros, de los que gran parte se gastan en suplementos de vitaminas y minerales. ¿Está justificado este desembolso? Primero debemos analizar si es mejor suplementar que seguir una alimentación saludable (equilibrada, inocua, variada, suficientemente adecuada y sostenible) la respuesta rápida es que no, siempre es preferible obtener las vitaminas de los propios alimentos que a partir de suplementos. Existen varios conceptos como “matriz alimentaria” y “food synergy” que explican estas diferencias.
No podemos pensar que los alimentos son simplemente una suma de nutrientes (macro y micro) sino como un sistema tridimensional complejo en el que interactúan cientos de moléculas diferentes (fitoquímicos), y que esa variedad de moléculas, de algunas de las cuales aún desconocemos su estructura química concreta y efecto sobre la salud, es la que acaba modelando el efecto de ese alimento concreto, de hecho, parte del efecto puede surgir del efecto sinérgico de la actuación de unas sobre otras.
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Andrea Muñoz
Así que a tenor de estos conceptos ya podemos sospechar que difícilmente una pastilla puede contener todas las moléculas con posibles efectos beneficiosos que tienen los alimentos, especialmente frutas y verduras, y es más los efectos que pueden ejercer incluso en conjunto con otros alimentos. Cada vez más a la hora de valorar los efectos sobre la salud no se valoran los alimentos de manera individual, sino el patrón alimentario en su conjunto. Por ejemplo, está bien demostrado que consumir alimentos con vitamina C junto con alimentos ricos en hierro, favorece la absorción de este hierro. Así pues, si pensamos en la salud debemos priorizar el consumo de alimentos y no el de suplementos.
Qué dice la ciencia
Diversos estudios no encuentran beneficios de suplementar de manera general a la población con diferentes vitaminas, por ejemplo el informe Supplemental Vitamins and Minerals for CVD Prevention and Treatment no encontró beneficios de la suplementación de la mayoría de vitaminas y minerales para la prevención de la enfermedad cardiovascular, en cualquier caso la evidencia fue baja para el ácido fólico y vitaminas de grupo B e incluso en algunos casos encontraron que podían aumentar el riesgo mezclas de antioxidantes y niacina.
Lo mismo sucede con la revisión Effects of Nutritional Supplements and Dietary Interventions on Cardiovascular Outcomes An Umbrella Review and Evidence Map, donde encontraron que entre las vitaminas solo el ácido fólico se relacionaba con efectos preventivos del desarrollo del ictus.
Más recientemente en la revisión Vitamin and Mineral Supplements for the Primary Prevention of Cardiovascular Disease and Cancer Updated Evidence Report and Systematic Review for the US Preventive Services Task Force ha llegado a conclusiones similares: “los suplementos de vitaminas y minerales se asociaron con poco o ningún beneficio en la prevención del cáncer, las enfermedades cardiovasculares y la muerte” en este caso encontraron un pequeño beneficio por parte del uso de multivitamínicos para la incidencia del cáncer y un aumento del riesgo de cáncer de pulmón con el uso de betacaroteno.
Como hemos comentado antes, la evidencia científica es clara sobre la no necesidad de suplementar vitaminas de forma general en la población. Eso no significa que en momentos puntuales la suplementación no sea necesaria o al menos, recomendable, por ejemplo, en el caso de mujeres embarazadas la suplementación de ácido fólico, como se pone de manifiesto un estudio especialmente en forma de metilfolato o folato activado tal y como destacan en el artículo Is there a multidisciplinary role for 5-methyltetrahydrofolate? The obstetric evidence in perspective.
En definitiva, queda claro que el uso de suplementos vitamínicos no va a mejorar la salud de aquellos consumidores que no tengan un déficit vitamínico. Además, siempre es preferible seguir una alimentación saludable, rica en frutas y verduras, que aporte todos los nutrientes, vitaminas incluidas, que necesitamos para tener un estado de salud óptimo. En caso de que una persona tenga dudas sobre si su ingesta de vitaminas es adecuada para su situación personal, debería consultar con un dietista-nutricionista para poder valorar su caso de manera personalizada y establecer, solo en el caso de que sea necesario, una suplementación.
La presencia de unas sustancias en pequeñas cantidades en los alimentos y cuya ingesta era imprescindible para no enfermar fue propuesta por Frederick Hopkins alrededor de 1912. El nombre de vitaminas, aminas vitales, fue propuesto por el bioquímico polaco Kazimierz Funk después de descubrir que la cascarilla del arroz tenía una sustancia (a la que luego llamaríamos vitamina B1) que prevenía el beriberi, patología muy común entre las familias adineradas y marineros japoneses al refinar el arroz. Posteriormente, se descubrió que no todas las vitaminas tenían aminas, pero el nombre en español no se modificó. A partir de este momento surgió un intenso esfuerzo investigador por describir y sintetizar este nuevo grupo de sustancias y entre 1920 y 1940, se logró hacerlo.